6.4.11

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—¿Por qué pensarías que querría castigarte?—
—¿No lo haces? — 
—Estas aquí para ayudarme a salvar a Stefan. Has ido a través de…— Elena tuvo que detenerse y buscar en sus mangas por un pañuelo limpio, hasta que Damon le tendió uno de seda negra. 
—Muy bien, — dijo él— no ahondaremos en eso. Lo siento. Pienso en cosas para decir y solo las digo, sin importar que tan poco probables piense que sean, considerando la persona con quien estoy hablando.—
—¿Y es que nunca escuchas otra pequeña voz? ¿Una voz que dice que las personas pueden ser buenas, y pueden no estar tratando de herirte?—. Elena preguntó llena de sabiduría, preguntándose qué tan cargado de cadenas se encontraría ahora el niño.
—No lo hago. Tal vez. A veces. Pero, como esa voz generalmente está equivocada respecto a este torcido mundo, ¿por qué debería prestarle atención?— 
—Quisiera que algunas veces solo lo intentaras— murmuró Elena. —Entonces, estaría en una mejor posición para discutir contigo. — 
A mí me gusta justo esta posición, le dijo Damon telepáticamente y Elena lo notó, ¿cómo era que esto pasaba una y otra vez? Que se habían envuelto en un abrazo. Peor aún, ella estaba usando su atuendo matutino , un largo camisón de seda y una bata encima del mismo material, ambos en el tono más pálido de azul perlado, el cual se tornaba violeta a los rayos de la eterna puesta de sol.
A mí también me gusta, admitió Elena y sintió olas de perplejidad atravesar a Damon desde la superficie hasta al interior de su cuerpo, profundamente dentro de ese insondable abismo que se podía observar al mirar sus ojos.
Solo estoy tratando de ser honesta, añadió, casi atemorizada de su reacción. No puedo esperar que nadie sea honesto si no lo soy yo. 
No seas honesta, no seas honesta. Ódiame. Despréciame, Damon le suplicó, al mismo tiempo que acariciaba sus brazos y las dos capas de seda, que eran lo único que se interponía entre las manos de él y su piel. 
—¿Pero, por qué? — 
—Porque no puedes confiar en mí. Soy un lobo retorcido, y tú eres un alma pura, un cordero blanco como la nieve recién nacido. No debes dejar que te hiera— 
—¿Por qué deberías herirme? —
Porque podría, no, no quiero morderte, solo quiero besarte, solo un poco, de esta forma. Había revelación en la voz mental de Damon. Y la besaba tan dulcemente, y siempre sabía cuando iban a ceder las rodillas de Elena y la recogía antes de que pudiera caer al suelo. Damon, Damon, ella pensaba, sintiéndose a sí misma dulce porque sabía que le estaba dando placer.